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Tuesday, August 14, 2007

Investigación prospectiva: ¿Tiene sentido pensar el futuro?


Anyelina Rojas Valdés
Periodista
anyerojas@gmail.com



La Prospectiva como disciplina del conocimiento, es relativamente reciente, con poco más de 40 años de desarrollo, cuyo objetivo es anticiparse al futuro que viene y poder intervenir en el presente, para influir en él. Se trata de anticiparse a los acontecimientos, especialmente si éstos se proyectan de manera desfavorables o de impacto negativo. Entonces se trata de actuar en el presente, tomar decisiones estratégicas y evitar la dirección supuestamente “natural”, que llevaban los acontecimientos. Así entonces, podemos construir los escenarios más favorables a los intereses que nos motivan.


El sentido de pensar el futuro, es de extraordinaria importancia para el conocimiento; conocimiento formal e informal. Pensemos sólo en lo que los padres indican a sus hijos como norma de vida: estudiar, lograr una profesión para enfrentar la vida de adultos. “Que sean más de lo que soy yo”, piensa los padres cuando proyectan el futuro de sus descendientes. ¿No es acaso ya, esa inquietud doméstica, que se da puertas adentros en el seno de hogares humildes y pudientes, una mirada hacia lo que viene, con el propósito de generar mejores condiciones de vida?

Cuando nos planteamos en una mirada de futuro, a través del conocimiento formal –independiente de si la Prospectiva es ciencia o no; o si tiene objeto de estudio real, psudo real o virtual- también es de extraordinaria importancia, por cuando permite dirección el presente, a través del manejo riguroso de la información y los datos que nos proporciona el entorno; entorno que a su vez, es cambiante y variable.

En ese sentido, lo interesante es la idea de “anticiparse a la acción”. Es decir, si al observar los acontecimientos A, B, C, etc, el investigador puede inferir un escenario no favorable X, lo que tendrá que hacer es intervenir en esas variables, para atenuar el impacto negativo en el escenario X o idealmente, eliminarlo y generar un escenario Y. Así entendido, el análisis y la intervención prospectiva, es una especie de guía o luz, que nos orienta de la mejor forma hacia el futuro. De allí que se asocie la idea de pro-actividad, como condición insoslayable de la Prospectiva.

Pensemos en los escenarios actuales de la sociedad, ¿qué nos aporta la Prospectiva puntualmente? Por ejemplo, en la organización moderna, que reconoce al entorno –variante y cambiante- como una fuente de interacción permanente, que influye, que interactúa, la Prospectiva aporta los elementos necesarios para prever conflictos, situaciones de riesgo o de crisis. Por lo tanto, lo que se hace, es manejar las situaciones presentes para mermar o eliminar el escenario desfavorable que podían venir

Esto es igual en la política contingente. Pensemos, por ejemplo en la crisis de la educación que se desató hace poco más de un año. El Gobierno, en un primer momento no validó a los estudiantes como interlocutores; y pero aún, no los validó como agentes protagonistas del cambio social. Por lo tanto, no diseñó una estrategia especial ni previó un escenario de acuerdo a un pool o al menos más de una estrategia de acción. El resultado es por todos conocidos.

Si analizamos la contraparte, es decir el movimiento estudiantil, conformado por jóvenes, hijos de la era del conocimiento y la tecnología; formados en la era de la información, con un protagonismo de los medios de comunicación social, especialmente la TV e Internet, ellos sí fueron capaces de proyectarse al futuro. Así lo demostraron. Tenían un movimiento consolidado en el que participaban todos los sectores hacía más de un año antes que se desatara la crisis; se manejaban en un mundo mediático, es decir condicionado por los MCS, especialmente la TV. E hicieron uso de ellos. En jerga periodística, diríamos que los interlocutores no válidos para las autoridades, fueron capaces de mirar a la cámara y hablar en “cuñas”. Es decir, ocupaban los 20 o 30 segundos para decir lo justo y preciso.

Queda claro, entonces, que la Prospectiva, cruza prácticamente todos los ámbitos de la vida social, tanto en los aspectos formales e informales; en la comunicación privado como en la pública. En lo familiar y lo laboral.

Aventurémonos, pues, a prever los escenarios; a intentar modificarlos para alcanzar el mejor futuro posible.

Una reflexión, a propósito del Día del Periodista

Anyelina Rojas Valdés Periodista anyerojas@gmail.com A propósito de la Celebración del Día del Periodista, que rememora la creación del Colegio de esa Orden Gremial, los profesionales en Iquique, participaron en una ceremonia conmemorativa, donde, además, se conformó una mesa, para analizar el rol que cumplen desde distintas perspectivas o áreas de trabajo. A saber, periodismo de medios, periodismo corporativo u organizacional; desde la comunicación pública, entre otras variantes. Veamos pues, cómo abordar este último enfoque, no sin antes señalar que el clásico modelo, anclado en los viejos paradigmas de la comunicación en la lógica del “quién dice qué a quién”, es una mirada lineal, de clara influencia positivista, que no corresponde. O al menos, debiera entenderse de otra forma. Hoy es urgente re-pensar la Comunicación Social y visualizar cómo a través de ésta, se impacta en los procesos de desarrollo. Como disciplina del conocimiento, hay que entender la comunicación, en una perspectiva de “comunicación para el desarrollo”, en el sentido de buscar y propiciar que las personas, insertas en la sociedad y la comunidad, siendo ésta última el espacio de convivencia, donde transcurre la vida, se apropien de ella. Me refiero al sentido de apropiarse de los mensajes que se emiten por los distintos medios; de influir y determinar los contenidos, con claro énfasis en las temáticas comunitarias, locales, que les son de su interés. En ese contexto, es indispensable concentrarse en el enfoque de la Comunicación Pública, aquella que se debe promover desde la institucionalidad gubernamental, como principal puesta en valor de la gestión, que debe asumirse como un componente indispensable para profundizar la calidad democrática en los procesos de desarrollo. Qué tenemos hoy. Que, en la práctica, desde la perspectiva del poder, se entiende la comunicación, como una permanente entrega de contenidos noticiosos desde la autoridad, hacia la gente. Es la lógica de difundir todo lo que los gobiernos realizan, llegándose al extremo de contar cuantas notas aparecen publicadas en los diarios, para evaluar la calidad del desempeño de determinado funcionario público, adscrito a un rol directivo dentro de la institucionalidad gubernamental. Es decir, la comunicación se entiende como un activo y no como un componente transversal y más aún, intercultural, en el sentido que necesariamente debe dar cuenta de la diversidad, a partir de la realidad de las personas. Los gobiernos deben orientar su gestión pública hacia la consecución de mayores niveles de equidad social y con ello, mejorar las condiciones para el desarrollo. Por lo tanto la comunicación pública o comunicación para el desarrollo en un contexto más genérico, debe jugar un rol distinto, no ya como activo, sino que como un componente –está dicho- transversal a la gestión, desde el inicio. Es decir, desde las etapas de construcción de los diagnósticos, diseños de la política social, implementación y evaluación, rompiendo con la lógica de los tecnócratas del Estado, que siguen el mismo proceso, pero desde los escritorios institucionales. En esa mirada, no tiene sentido contar cuántas veces sale tal o cual autoridad en los medios de prensa, ello, sin desmerecer que la obra de los gobiernos deba difundirse, más aún es necesario y fundamental hacerlo; pero, la comunicación no se agota en ese cometido, ni es sólo eso. El proceso parte antes, cuando desde la institucionalidad se trabaja junto a la gente, construyendo las temáticas desde sus intereses, anhelos, propuestas, etc. En ese marco contextual se inscriben las políticas comunicacionales, como ejes articuladores de las coordinaciones de las agendas ciudadanas, institucionales y mediales. Y, como componente adicional, debe existir el necesario control ciudadano de la gestión pública. ¿Acaso no permite ello, una validación previa de la intervención gubernamental? En una mirada proyectiva, incluso, se pueden prever y evitar conflictos sociales. En definitiva, “la definición de una estrategia de desarrollo y la consecuente articulación de políticas y esfuerzos comunicacionales, requiere de la construcción de una arquitectura filosófica que establezca un marco moral, social, económico, cultural y evolutivo coherente con las necesidades presentes y futuras de los individuos y las comunidades que ellos integran”.[1] Así dicho, puede parecer demasiado teórico, pero alude al propósito promover una práctica de gestión diferente, asumida por los agentes del Estado; tiene que ver con un cambio paradigmático que rompa con la lógica mediática, de “cuanto sales en la prensa, cuando vales”, para poner el énfasis el los actores sociales. El Estado y su institucionalidad, debe ser portador de este nuevo concepto comunicativo, de modo que la intervención programática y cotidiana, evidencie el cambio y materialice un nuevo constructo, centrado en el sujeto ciudadano, como actor principal. Así, entonces, la gestión pública -y la alta gerencia pública, que debe conducirla- se valida y legitima La comunicación clásica, mediatiza, informativa, que difunde hechos noticiosos, es un elemento más, que también debe enriquecerse e incluso, reformularse desde la construcción de los formatos periodísticos. He aquí, la otra dimensión de la comunicación, porque, para que el proceso aquí descrito sea coherente, los periodistas que trabajan en los medios, deben cumplir su rol; un rol de responsabilidad social que involucra un compromiso mayor, inserto también en la línea de la Comunicación para el Desarrollo. Eso significa, recoger todas las voces, promover el debate, incorporar los temas que surgen desde las agendas ciudadanas; esas que suelen imponerse por la vía de la movilización social. Significa, superar lo que en el tecnicismo periodístico se denomina estilo informativo, para avanzar en el análisis y la interpretación. Significa, también, dejar atrás ese objetivismo extremo que marcó a la teoría periodística por años. Fundamentalmente porque “podemos ser rigurosos observadores, pero no siempre imparciales o buenos descriptores, porque estamos afectados por emociones, por prejuicios o circunstancias de tiempo o lugar”.[2] Porque la manera de conocer es intencionada y determinada por valores y conocimientos anteriores, de los cuales el periodista no se puede abstraer, por lo tanto, la objetividad, más bien, debe estar marcada por la rigurosidad en el trabajo cotidiano, al momento de recoger la realidad e interpretarla, para ponerla como información publica. En suma, el rol de los periodistas es observar la realidad, correlacionar los sucesos del entorno para ampliar las visiones; para traer a la luz, lo nebuloso y escondido. Si enmarcamos esta misión, en medio del tremendo desarrollo tecnológico y avalancha informativa, cabe, ¿qué vigencia tienen los periodistas hoy, cuando hay tanta información y por tantos medios? Pues, claro que la tiene, porque es el profesional idóneo, para organizar el flujo informativo y procesarlo; pero también, para desarrollar la disciplina comunicativa desde la perspectiva de una comunicación para el desarrollo. Lo uno no tiene sentido sin lo otro. [1] WEIBEL, Mauricio. Comunicación Pública: Nuevos Desafíos y Paradigmas Para la Democracia. Instituto Para la Comunicación e Imagen, Universidad de Chile. [2] VERA, Héctor. Desafíos Democráticos del Periodismo Chileno. 1998.-


Anyelina Rojas Valdés
Periodista
anyerojas@gmail.com

En el mundo de hoy, la mayoría de los países son culturalmente diversos, es decir, cohabitados por grupos culturales distintos que interactúan y se influyen mutuamente. Pero, vale tener en cuenta, que la diversidad, la diferencia y el reconocimiento o no reconocimiento del otro, no sólo está dado por un factor étnico. También la diversidad se da en la diferencia más básica –y quizás la más dura-, que tiene que ver con distintos tipos de exclusión hacia ese otro que es segregado, a partir de una serie de prejuicios que nacen por su condición, rol y estatus que ocupa en la institucionalidad social.


De todos modos, el multiculturalismo, entendido como la coexistencia de distintos grupos que comparten un espacio y tiempo determinados, no es un fenómeno de la modernidad. O sólo ella; es casi inherente a la historia de la humanidad, puesto que la mezcla entre grupos humanos ha sido una constante, pero por razones diversas.
Hoy, un mundo globalizado, que se intercomunica; en que impera un mercado a escala única, impone una sociedad distinta y facilita los intercambios. Pero, ese modelo globalizante y neoliberal desde el punto de vista económico, genera brechas sociales que producen o reproducen, sectores vulnerables y excluidos. Fundamentalmente asociado a la falta de acceso. Otros actores excluidos, corresponde a los grupos emergentes, que evolucionan en una dinámica propia y que por intolerancia, no son aceptados y más bien se les invisibiliza, como es el caso de los homosexuales o colectivos de lesbianas que deben vivir en una constante y creciente opresión. O jóvenes cultores de expresiones que desde el “sí mismo” nos parecen lejanas o decididamente, manifestaciones equívocas.
Si tomamos otro giro en el análisis, tenemos que la democracia, como modelo de gobierno, es el que impera en las sociedades actuales, -principalmente sociedad occidental- a partir de la concepción del Estado-Nación, como concepto de gobernabilidad. Y más aún, de identidad, que alcanza su máxima expresión en la concepción del Estado de Bienestar o Benefactor que surge desde la influencia de los modelos socialdemócratas europeos, como alternativa de construcción democrática.

Para algunos autores el Estado Nación está en crisis, y fundamentalmente porque en plena globalización, los países, eventualmente soberanos, deben someter sus propias políticas económicas, monetarias, laborales y sociales, a las exigencias de los grandes bloques políticos-económicos.
Es en ese escenario, en el que se construyen las democracias post modernas. En que los países alcanzan los beneficios de la globalización, pero también su lastre al incorporar un modelo reproductor de la exclusión social, por razones económicas, o por el sólo hecho de ser diferente. Entonces, el desafío país, de construir democracia, incorporando la participación y la interculturalidad, constituye un verdadero reto.
Veamos pues, qué ha sucedido en Chile en las últimas décadas.
En innegable que el gobierno de la Unidad Popular, liderado por Salvador Allende Gossen, provocó un cambio revolucionario en las relaciones sociales y en la integración de los sectores más empobrecidos. Sin embargo, ese proceso, que fue observado por el resto del mundo –no era usual contar con un modelo socialista, producto de la voluntad popular- sufrió una profunda crisis política, cuyas causas no es el caso analizar ahora.
La dictadura militar liderada por el Capitán General, Augusto Pinochet Ugarte, hoy difunto, detuvo ese proceso social. Durante los 17 años de dictadura, se atomizó más aún la situación política y se tendió a homogenizar la cultura nacional, de modo que todo atisbo de interculturalidad, fue mermado desde la formalidad del gobierno y desde las relaciones cotidianas. Por ejemplo, en la zona norte, en lo que respecta a la cultura aymara, no se permitió que en las escuelas ubicadas en la pre cordillera y el altiplano, donde habitan estas comunidades, se desplegara el proceso educativo utilizando el propio dialecto. Muy por el contrario, con el militarismo en ciernes, se dio inicio a un fuerte proceso de chilenización, casi tan fuerte como aquel que se desató cuando este territorio fuera incorporado al resto del país, tras la Guerra del Pacífico.
Con la recuperación de la democracia, que tuvo como contexto un nuevo orden mundial, Chile inició un proceso de recomposición de la institucionalidad. Las primeras tareas de las debutantes autoridades democráticas, encabezadas por Patricio Aylwin, como primer mandatario, fueron recomponer el tejido democrático, reinsertar al país en el concierto internacional y reducir los fuertes niveles de pobreza. A medida que se avanzó en ello, se fue dando cabida a otros procesos más profundos e innovadores, como es el reconocimiento a diversidad. Prueba de ello es que se empieza a hablar de los grupos emergentes o vulnerables y se crean políticas públicas para su integración. Por ejemplo surgen servicios especializados como Fosis, Fonadis, Sernam, Senama, etc.
Pero esta construcción social y política de integración del otro, se da aparejada de otro proceso, que es la participación. Es decir, no es posible incluir la “otredad” si es que no existen los canales de participación, desde el momento del diagnóstico, hasta pasar por el diseño e implementación de las políticas públicas.
Esta nueva configuración, levanta un nuevo discurso, que corresponde a la construcción de una ciudadanía participativa. De algún modo, se transita desde la clásica visión de las personas, entendidas como “súbditos del Estado”, a las personas que alcanzan en plenitud la ciudadanía.
Desde lo político administrativo, se inició en Chile, en la década de los noventa, un proceso de modernización y descentralización del Estado, que crea instituciones como los Gobiernos Regionales, orientados para que tomen las decisiones estratégicas en cada región del país y definan su presupuesto, en función de las prioridades regionales. Sin embargo este proceso es aún incompleto, puesto que los Consejeros Regionales, aún son elegidos por la vía indirecta, mientras que quien preside esa institucionalidad, es el o la intendenta, autoridad mandatada desde la Presidencia de la República.
Si seguimos afinando el análisis y escudriñamos en la noción de participación, como elemento central de la democracia y desde un enfoque intercultural, estos procesos, deben, necesariamente gestarse desde el espacio local, que es el espacio más cercano a las personas, en su vida cotidiana. Es decir, no basta con que se apliquen políticas descentralizadoras y se traspasen los recursos en forma creciente, desde el poder central, al poder regional. Lo que debe producirse es un proceso de construcción de las políticas públicas desde la base local, incorporando a las personas, con todas sus diversidades; y a sus organizaciones, también con todas sus diversidades e inspiraciones.
En el mundo post moderno, se impone este criterio, tendiente a construir ciudadanía desde la diversidad; una ciudadanía transversalmente inclusiva, que reconozca en pleno la diferencia, de modo de avanzar en los procesos institucionales con crecientes grados de validación. Es imposible, si eso no ocurre, pensar que la democracia que hoy tenemos, y que nos constó 17 años recuperar, realmente es tal.