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Wednesday, April 19, 2006

ENTREVISTA A ADMINISTRADOS DIOCESIS IQUIQUE


Un intento por descubrir a la persona, tras el hábito sacerdotal

MARCO ORDENES FERNANDEZ:

"LOS SACERDOTES TAMBIÉN PASAMOS
LA CRISIS DE LOS 30, DE LOS 40..."

Administrador Diocesano, asesor de los Bailes Religiosos, Rector de
La Tirana, docente universitario y obstetra de profesión



Sin duda que en estos días de Semana Santa, Marco Ordenes Fernández –el padre Marcos, en las comunidades cristianas- o Monseñor, para quienes se relacionan protocolarmente con él y reconocen su investidura, es requerido para entregar un mensaje cristiano, alusivo a la a los acontecimientos religiosos que se celebran. Nosotros quisimos aproximarnos a él, desde otra mirada. Conocer aspectos de su vida y develar de algún modo, al hombre que habita dentro del personaje. Personaje, sí, porque, quiéralo o no, al ostentar su cargo, como representante de El Vaticano, mientras se define el nombre del futuro Obispo de Iquique, se transforma en una figura pública de primera línea. De todos modos, es un referente de opinión.


Anyelina Rojas Valdés/ 15 de Abril de 2006
anrojas@terra.cl

(Entrevista publicada en Semanario Iquique Express)

Un día cualquiera, por los inicio de los años 70, un niño inquieto –aunque a la vez introvertido-, delgado y de aspecto medio pálido, trepaba los árboles en el valle de Azapa, practicaba caminatas, comía aceitunas y compartía travesuras con sus amiguitos. Entre tanto juego y el sol nortino, un día se lanzó a los estanques de regadío. Dio un par de aletazos y ya, a prendió a nadar. También estaba la otra parte, aquella más piadosa; aquella que le hacía preocuparse y cuidar a los animales; o que le hacía conmover profundamente, cuando se encontraba con la imagen de la Virgen del Carmen… Marcos recién se empinaba en la niñez, pero la vida, ya le estaba mostrando dos caminos. La vida misma, cotidiana y un aspecto espiritual, profundo, de la mano del mensaje de Dios, que en definitiva, se refunden en un solo camino.

Es el quinto de 6 hermanos, manteniendo una gran diferencia con los mayores, por lo tanto, siempre fue muy regalón. Nació en 1964, cuando su familia vivía en Tarapacá con 21 de Mayo, muy cerca de la Plaza Arica. Allí, su padre, devoto de la Virgen del Carmen de La Tirana, fundó la Primera Diablada de Chile o como se le conoce “la Diablada del Goyo”, parafraseando el nombre de su creador.
-Entonces, más de una vez se habrá vestido de diablillo-, le digo, para marcar el tono de este diálogo, que aunque periodístico, pretende ser ameno y coloquial.

A los dos años, su familia se fue a vivir a Arica, pero siempre venía a Iquique en vacaciones, feriados o días libres. “Tuve una niñez muy bonita, muy ligada al tema campestre, porque vivíamos a la entrada del Valle de Azapa”, rememora hoy Marcos Ordenes Fernández, sacerdote y actual Administrador Diocesano.

-Tomando esa época de la niñez, ¿cuál es el primer recuerdo religioso que le viene a la memoria?
-Tengo vívida la imagen de niño, muy pequeño, tomado de la mano de mi mamá en una procesión, detrás de una Custodia, en la Iglesia del Carmen en Arica. Y te cuento, en toda mi vida siempre me aparecen hechos ligan con la Virgen. Tengo muchos momentos importantes de la vida que me ligan a la virgen y con el título “del Carmen”.

Sin embargo siente que su niñez fue completamente normal, como la de cualquier otro niño. Era bromista, incluso, más de alguna vez se extralimitó con sus travesuras. Pero, a la vez, le interesaba relacionarse con los demás. Eso lo llevó a integrar desde muy temprano, un grupo scout de su parroquia, en Arica. “Esto me hizo tener una gran disciplina y especialmente, mucha valoración por las otras personas. Aquí aprendió esto de Amar a Dios, a la Patria y a la Familia. Esto queda marcado.

Tomaba tan en serio su participación, que llevaba una libreta de apuntes para anotar sus buenas acciones. “Esto que parece una anécdota, en realidad fue muy importante para mi formación como persona”.

Todo marchaba de maravillas en la vida del pequeño Marcos, cuando su familia emprendió el retorno a Iquique.

-¿Cómo fue el regreso?
-Tenía 11 años y me matricularon en la Escuela Santa María. Había un régimen de estudio muy estricto y de mucha exigencia académica. Recuerdo que como venía de otra ciudad, me sentaron en el último asiento y en la medida que uno tenía buenas calificaciones, avanzaba.

-¿Avanzaste?
-Al término del año ya estaba en la primera fila- dice sonriendo.

-Pero hasta ese momento, ¿no sentías el llamado religioso?
-Era creyente. Incluso, mi mamá se preocupaba que fuera a misa los domingos. Más adelante fui acólito de la Catedral, con monseñor Valle, pero nada todavía como una vocación religiosa.

Así llega a la adolescencia. Realiza una vida como cualquier joven que se integra a las actividades de su parroquia. Tiene amigos, amigas e incluso, si avanzamos a la época universitaria, supo también lo que es el amor juvenil. “Me marcó mucho mi llegada al liceo, porque allí se me despertó algo que tenia guardado de mi época de scout, porque allí fui enfermero…

-¿Cómo fue eso?
-Se me despertó muy fuertemente el interés por la ciencia. Incluso guiados por una profesora participé con un grupo de compañeros en concursos científicos y nos fue muy bien. Pero también me inculcaron el amor por la literatura y la literatura crítica. En ese aspecto, me marcó mucho el libro de Mariano Azuela, Los de Abajo. La comprensión del libro hacia la que me orientaron fue impactante para mí.

-Impactante al punto que…
-Que descubrí por ejemplo, que tenía un compañero que su papá era detenido desparecido. A esa altura 17 años, yo no tenía idea y más aún, porque venía de una familia más conservadora. Así, entonces, empecé a descubrir un mundo nuevo. En Cuarto medio, cuando el padre Franklin Luza estaba recién llegado a la Catedral, fue con él a Pisagua, para llevar alimentos y visitar a los relegados políticos. Luego empecé a ir al interior y ver otras cosas… Entonces se me empezó a desarmar mi mundo.

-Con tantas interrogantes y un mundo medio desarmado, ¿cómo enfrentas la universidad?
-Ingresé a la carrera de Obstetricia en la Universidad de Arica. Acá hice la crisis de la juventud. Me dediquen mucho a estudiar, pero también me incorporé a los grupos que trabajábamos por el retorno a la democracia, aunque nunca participé en un partido político determinado.

Lo otro que le atraía de esta nueva vida, eran las discusiones que se producían entre sus compañeros. Con distintas visiones y posiciones frente a la vida y a la contingencia. Toda esta vorágine y en medio de sus cuestionamientos, lo llevó a alejarse de la Iglesia, pero más bien del culto, porque internamente, sentía fuerte su fe. Como anécdota, recuerda, que mientras trató de alejarse, “fue el año que más recé”. Iba a la Catedral de Arica y buscaba que Dios le ayudara a encontrar las respuestas.

-Claro está, que volviste a la Iglesia.
-Claro, después volví y con mucha más pasión. Empecé a trabajar en las poblaciones e incluso, comí en una olla común durante un año, porque a partir de lo que me decía el Evangelio, quería vivirlo…

-Ese es el momento, entonces, en que aparece la vocación…
-Es que fue una época muy hermosa. De mucha vida en la comunidad, de solidaridad. Por el año 1986, con una buena trayectoria académica. Era alumno ayudante, estaba iniciando mi tesis y mi panorama estaba claro, iba por el área clínica académica. En eso cayó en mis manos la biografía de Juan Pablo II, lo que golpeó profundamente y me llegó a la convicción que debía dejarlo todo.

Así de drástica fue la decisión de Marcos. Lo dejó todo, ante los ojos atónitos de su madre, que cumplía el sueño dorado de tener a un hijo profesional; y de sus profesores, que veían en él a un gran discípulo. No obstante y con cierta condescendencia, terminó sus tesis de grado y se tituló como Obstetra, logrando uno de los más altos promedios de su promoción junto a otra compañera.
Ingresó al Hospital de Iquique a trabajar en lo suyo, pero sintiendo cada vez más claro, el llamado de Dios.

-Fue en los pasillos del hospital, durante los turnos, en conversaciones que tuve con varias mujeres que estaban con cáncer terminal, con las que recé muchas noches… lo que me hizo tomar la decisión definitiva. Es que me impactó mucho ver lo frágil la vida, que como todas las cosas, se acaba. Entonces decidí dejarlo todo y entrar al seminario. Ingresé al Seminario Pontificio de Santiago, en 1989

-Llegas al seminario. Sin duda que ser mayor de edad, profesional, habiendo trabajado, acostumbrado a manejar su vida y a contar con un sueldo todos los meses, fue un cambio radical.

-¿Cuán radical fue ese cambio?
-En el seminario éramos 36 alumnos, por lo tanto había una variedad enorme. El proceso de formación era muy serio y riguroso, pero también muy humano. En lo personal, claro que fue difícil. Imagínate que yo era un profesional, que manejaba su vida, que trabajaba y allí tuve que llegar a pedir permiso para ir a la esquina… En el primer año se sale muy poco en el Seminario. Pero tengo los mejores recuerdos. Primero, volvía a estudiar, en la Universidad; fue presidente del Centro de Alumnos, era el encargado del grupo de cantos… en fin, fue muy valioso. Además, descubrí al padre de mi alma, al que formó mi alma y marcó mi corazón. Se trata de don Vicente Ahumada, mi formador… Falleció hace dos años, pero me marcó profundamente y me enseñó una lección para toda la vida, que trato de aplicar siempre. Se trata de ser fácil, de no poner complicaciones, ni a Dios, ni a las personas.

-¡No parece fácil!
-No es fácil, pero en la medida que aplica esto en pequeñas cosas, va aprendiendo a vivir la vida mejor… Y uno va siendo capaz de más, de entregar lo mejor.

Ya ordenado sacerdote y con la madurez de sus años y su historia de vida, empieza una carrera vertiginosa. Vive primero lo que se denomina en jerga religiosa “año pastoral” en la Capilla de El Colorodo, pero por las mañanas, se dedica a su profesión. Al año siguiente es ordenado diácono y después sacerdote. Quizás por esa misma historia de vida, se vincula al tema de la religiosidad popular y termina como asesor de los bailes religiosos y luego, como el Rector del Santuario de La Tirana. “Es como volver a la Casa de la Madre”, dice sin poder evitar la emoción y aludiendo a la Virgen del Carmen.
Sin embargo sus inicios en La Tirana no fue fácil. Debió acoplarse con la comunidad y sumir una vida nueva, muy distinta a lo que había sido, hasta ahora, su largo paso por Santiago. “Te digo, no estamos exento de problemas, pero esa comunidad me educó. Ellos me enseñan a mí y yo también les enseño a ellos. Es una entrega recíproca”.

De esas enseñanzas intercambiadas se nutre el ya sacerdote Marco Ordenes, cuando desarrolla sus clases de Etica en la Universidad Santo Tomás. Allá se transforma en “el profe”. No estaban tan alejados sus formadores en Arica, cuando lo vislumbraran como un excelente académico.

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